cultura Moche o cultura Mochica tuvo su hábitat en el valle homónimo, estableciéndose entre los territorios de valle de Nepeña al Sur y de Piura al Norte. Ocuparon los valles de la Leche, Lambayeque, Jequetepeque, Chicama, Moche, Virú, Chao, Santa y Nepeña.
Históricamente fue conocida como Protochimú o Chimú Temprano, pero recibió el nombre de cultura Moche tras los descubrimientos en el valle de Moche. También se la denomina cultura Mochica en razón del nombre de la lengua, el muchik, que hablaban sus pobladores.
Es la cultura más conocida y admirada del Perú. La más representativa de Perú antiguo desde el punto de vista de su expresión artística .
Fueron magníficos ceramistas, dejando testimonio en su cerámica de escenas de la vida diaria, costumbres, enfermedades, religión, vida sexual, etc. constituyendo así una valiosa documentación del pasado prehispánico.
Se ha dividido el desarrollo cultural de los Moche en cinco fases estilísticas a partir de los cambios en la forma de la cerámica de las “botellas asa estribo” (“huacos”): vasijas cerradas, de cuerpo globular o escultórico, base plana y con un gollete tubular en forma de asa.
Se ha dividido el desarrollo cultural de los Moche en cinco fases estilísticas a partir de los cambios en la forma de la cerámica de las “botellas asa estribo” (“huacos”): vasijas cerradas, de cuerpo globular o escultórico, base plana y con un gollete tubular en forma de asa.

Escultura
La escultura, al igual que todas las artes, fue introducida al virreinato peruano por la iglesia. Desde un primer momento tuvo una función práctica: sirvió como una herramienta eficaz en las campañas de evangelización y de extirpación de idolatrías durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. Inclusive el Concilio de Trento (2563) se encargó de dar las directrices para la buena utilización de las imágenes en la difusión de la fe católica. Así, la virgen María, Jesucristo y los principales santos debían tener un papel hegemónico en las iglesias y conventos.
La escultura, al igual que todas las artes, fue introducida al virreinato peruano por la iglesia. Desde un primer momento tuvo una función práctica: sirvió como una herramienta eficaz en las campañas de evangelización y de extirpación de idolatrías durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. Inclusive el Concilio de Trento (2563) se encargó de dar las directrices para la buena utilización de las imágenes en la difusión de la fe católica. Así, la virgen María, Jesucristo y los principales santos debían tener un papel hegemónico en las iglesias y conventos.
Pintura
Las diferencias entre el simbolismo andino (basado en una concepción geométrica de la realidad) y el realismo español no permitieron una adecuada interpretación de las obras producidas antes de la llegada de los peninsulares. La tradición de la que provenían los españoles no exigía un conocimiento previo de los elementos, bastaba mirar la pintura para entender el mensaje del autor. En cambio, la tradición andina exigía un conocimiento de los símbolos que muchas veces estuvieron restringidos a un sector elite.
Las pinturas jugaron un rol importante después del primer desencuentro entre las tradiciones españolas e incaicas. Los peninsulares se dieron cuenta de este gran obstáculo y decidieron romper la falta de comunicación entre ambos grupos utilizando la pintura. En la etapa de evangelización los cuadros de la sagrada familia, de Cristo crucificado, de santos y mártires fueron utilizados como herramientas para la enseñanza de la fe católica. Así, durante la segunda parte del siglo XVI, la pintura al igual que otras manifestaciones artísticas fueron monopolizadas por la iglesia. Con el afán de una mejor evangelización encargaban muchos cuadros con temas específicos (alusivos a la sagrada familia, pasión de Cristo, etc.) a los más importantes talleres andaluces y sevillanos.